domingo, 3 de octubre de 2021

La estrechez mental del fanatismo.



La frágil fantasía que construye el fanatismo.


¿De dónde sacan estas afirmaciones? R.- De la nada.

Coca-Cola consume agua como cualquier empresa de productos de consumo humano. Y en relación al tamaño de su producción no es ni el mayor consumidor industrial del país, ni está cerca de serlo. De su producto estrella, no es diferente de beberse un tepache, comerse una cocada o un dulce de calabaza, todas esas cosas están saturadas de azúcar y se deben consumir con moderación. Aunque claro, ninguna es veneno. 

Pero el escarnio contra esta empresa (que no es ni más mala ni más buena que cualquier otra) viene de dos fuentes originarias heredadas al día de hoy, el discurso cubano-soviético que demonizo a esta empresa como símbolo del capitalismo. Y el discurso integrista post-soviético de donde salieron José Bové, Vandana Shiva, Álvarez-Buylla, los hippies de Greenpeace y de “Sin Maíz no hay País”. Del primero solo se puede decir que era propaganda ideológica desde estados autoritarios que destruyeron el medio ambiente con mayor eficiencia que sus rivales. Del segundo, que son la negación del progreso desde la comodidad de posiciones de privilegio. 

Y dentro de esa locura se refugian las más invertebradas posturas nacionalistas y xenófobas. En puebla, grupos de campesinos invadieron ilegalmente una planta de embotellado de agua de una marca francesa. Al ingresar buscaban pozos ilegales que solo existan en su imaginación. Aun así, la planta cerro ante la violencia de la turba. 

En Mexicali sabemos el final de la historia. Un grupo de caciques del algodón que consumen más del 70% del agua de la región, dirigieron a hordas de nacionalistas rabiosos que, arropados por el cacique mayor del país, cancelaron una inversión millonaria que no ponía en ningún riesgo el abasto de agua. 

Y campañas igual de idiotas pululan por todas partes, en Coyoacán una constructora se encontró accidentalmente con un flujo de agua subterránea. Los vecinos les acusaron de “romper el manantial”, en el caso del NAIM, los súbditos de Álvarez-Buylla engañaron a millones de ignorantes diciéndoles que el agua de la CDMX provenía del lago Nabor Carrillo y que de construirse el aeropuerto todos padecerían escasez de agua. En Zacatecas acusan a una cervecera, en Chiapas acusaron a Coca-Cola de secar cascadas. Recientemente un grupo se inventó la campaña “no al fracking, si al tlaconete”, Como si alguien hubiera encontrado una relación entre estas salamandras y la extracción de gas.

Del gas y el fracking hay más historias, el Centro Mario Molina analizo el uso de esta tecnología y emitió una serie de recomendaciones para aplicarla sin afectar el medio ambiente, los más descerebrados fanáticos acusaron al centro y al Dr. Molina de “estar pagados por la industria petrolera”. Esos mismos fanáticos son lo que votaron por López y su promesa de volver a hacer brillar PEMEX, son los mismos que aun hoy se niegan a reconocer que en Dos Bocas se cometió un ecocidio que borro de la faz de la tierra un manglar para colocar ahí una refinería de petróleo.  

Y sus fobias van contra todo, le temen lo mismo a la robótica que a las cámaras de alta resolución, a la genética y a la industria de los viajes espaciales. Encuentran siempre una crítica al avance humano desde dos frentes: atacar el capitalismo (como si el socialismo no hubiera pugnado por el avance científico y técnico) o refugiarse en el pasado. Pero en el pasado aristócrata. Nadie quiere verse como un pobre macehual sin derechos a las órdenes de un Tlatoani, todos se imaginan la vida de lujos de los gobernantes, la contemplación poética de Nezahualcóyotl; pero no las guerras ordenadas desde su palacio. En su supuesta andanada anticapitalista se perdieron a Bertolt Brecht entre tantas otras cosas. 

Y hoy, que por lo menos en nuestra pequeña república esas hordas son gobierno, vemos día tras día nuevos ejemplos de absurdo, de negación histórica. De estrechez mental, de mitos caricaturescos hechos ideología. Vemos a una masa amorfa que es más cercana a la canción del oso Baloo en El Libro de la Selva (Disney 1967) o a la fantasía hippie digital de Avatar (Cameron 2009), que a los clásicos de la crítica socialista. 



Y finalmente, las sopas instantáneas tienen mucho sodio, sin duda. Pero ponerles una calavera en el envase e inventarse que son veneno no detendrá su consumo ni educara a nadie sobre la alimentación. Están ejerciendo como política publica las fantasías de naturalismo chairo de Rius, todo mientras problemas apremiantes como la pobreza campesina, la violencia del crimen organizado, la crisis ecológica o el alza de precios siguen su indomable camino. 


La noche aun será larga.