No existen los antimonumentos, las efigies que se han levantado con ese nombre son en toda regla monumentos. El de los normalistas, el de los niños calcinados o el del 68; son sencillamente monumentos de -otro discurso-. Pero finalmente monumentos, erigidos con anuencia y tolerancia del estado. Si algo puede ser un antimonumento, eso sería un símbolo del poder despojado de su significado. Y ahí el más claro ejemplo es la valla de la ignominia intervenida por feministas.
Por ello esa pieza no durará. Es una afrenta al estado y ahí no existe tolerancia, en el pasado desaparecieron los murales de la huelga en CU o las pintas feministas en la columna de la independencia y en el hemiciclo a Juárez.
Los verdaderos antimonumentos son tan radicales que su presencia rompe la normalidad e implica un afrenta a la estética. Las ruinas de un sistema pueden ser antimonumentos, un día los ecocidios de Dos Bocas o el tren Maya serán ofensiva chatarra que recuerde tiempos vergonzantes, serán como las ruinas de Sosa Texcoco al inicio de este siglo, un trágico recuerdo de una huelga derrotada, intervenido por artistas urbanos de la periferia inhóspita.
Si las vallas se quedarán, el gobierno las mandaría pintar de gris nuevamente para cubrir la intervención de las mujeres. Lo verdaderamente radical debe ser acallado, en el discurso del nuevo totalitarismo mexicano, las mujeres y sus derechos no caben ahí. Su causa no es parte del sistema ni es políticamente útil para el inquilino de palacio. Por eso no hay comisiones inútiles como en Ayotzinapa atendiendo su caso. Las vallas intervenidas en el zócalo son el antimonumento de este tiempo. Y con la manifestación pública, puedo apostar a que aún faltan expresiones por enriquecer esa pieza de arte público
No hay comentarios.:
Publicar un comentario