martes, 2 de diciembre de 2014

La sociedad movilizada en sus laberintos de invierno

No se puede no recocer la definitiva amplitud alcanzada por las protestas derivadas del secuestro y desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, donde, hay que decirlo, lo mas notable no es la dimensión de las protestas en la capital sino la emergencia de las protestas sociales en el interior del país y particularmente en estados donde la opresión de los gobiernos locales y el conservadurismo habían cancelado las expresiones publicas de descontento.

Las protestas han desnudado a la clase política que de no ser por esto tendría ya todos sus esfuerzos en la elección intermedia de 2015. Han revelado lo obvio, la ciudadanía desprecia a esa clase política en todas sus facetas y denuncia su criminalidad, su homogeneidad en la corrupción, su simbiosis con los medios de paga y los grupos plutocraticos y su búsqueda de riqueza saqueada desde las arcas publicas.

Pese a lo novedoso de las protestas actuales, se tiene que reconocer que no son solo la consecuencia de los terribles hechos de Iguala, son la suma de procesos sociales en los que la protesta y la organización de la sociedad se han construido desde hace decadas. Son también el resultado de procesos recientes que cayeron en el fracaso como el #YoSoy132 y el movimiento por la paz de Sicilia, o que de hecho eran movimientos de la derecha para protegerse de ser sustituida por competidores económicos como los paramilitares de las autodefensas en Michoacan.

Y tanto la historia reciente como la historia profunda han pasado por el filtro de la cultura popular, del olvido cada vez mas inmediato, del peso de la propaganda mediática y los intentos de la clase política por mantener la dirección de los procesos sociales. Esto nos lleva a un momento que es políticamente fértil para la organización social y los cambios políticos, pero también frágil en cuanto a sus alcances.

Y esta fragilidad se expresa con situaciones que parecen favorecer la inmovilidad o la radicalización de los sujetos. Las detenciones arbitrarias, los actos de violencia en las demostraciones publicas y los focos de terrorismo diverso parecen un acercamiento a una realidad dictatorial aun cuando las libertades civiles estén mayormente vigentes.

Estrategia no accidente.

Hay muy poco de lo que sucede en las manifestaciones publicas que sea imprevisible. Esto es valido tanto para el gobierno como para la sociedad. Pero desde ambos lados señalan sorpresa ante hechos que sabían que sucederían porque los conocen, los toleran y los aprovechan.

Las detenciones arbitrarias son un caso evidente, las policías en México son históricamente ejemplos de brutalidad. Hay muy pocas acciones complejas que lleven a cabo ademas del robo sistemático a la población o las labores de contrabando y bandidaje. Por eso cuando están en situaciones que involucran multitudes las únicas herramientas que pueden usar son las detenciones arbitrarias y los golpes. Hay mucho de ficción en creer en los mensajes tóxicos que desde las redes señalan que hay instrucciones sofisticadas a los granaderos como -golpear familias o estudiantes-. Estas cosas las hacen porque básicamente esa corporación y las demás que integran las policías, están formadas por sociopatas con patologías diversas que buscan esas posiciones de poder para ejercer la violencia que de otro modo no podrían.

Estos personajes actúan con la potestad legal de un mando político que a su vez sabe que el control que tiene dentro de las instituciones esta sostenido por la complicidad entre el y sus subordinados. Si estos subordinados son cretinos violentos y el mando político es de cretinos que desprecian a la sociedad y solo buscan el poder y la riqueza de un cargo político. No habría por que extrañarse de sus cargas masivas y malintencionadas contra las multitudes que se manifiestan.
Pero también hay que añadir, que esto no implique la ausencia de planes por parte del gobierno en cuanto al usa de la fuerza. El gobierno tiene suficiente capacidad para valorar el nivel de riesgo de violencia y para intervenir y acelerar o frenar procesos de violencia en las manifestaciones. Y la evidencia de la historia reciente habla de que en la capital el pacto muy poco velado entre la federación y el GDF esta orientado a acelerar y exhibir la violencia. Ademas de inducir el terror con las detenciones arbitrarias. Y tras todas sus acciones recurren a una larga colección de eufemismos que caen en lo absurdo para justificarse. Y es que por muy obvias que sean sus acciones saben que de ser honestos tendrían que reconocer que actúan con la intención de degradar la organización social, de aterrorizar a la ciudadanía y mostrar con esas acciones de terror que es mas seguro estar del lado del poder aun cuando se tenga que rechazar la ética y la moral.

Vale la pena señalar que esto es una constante sin importar el color del partido en el gobierno. No ha habido ningún esfuerzo concreto por discutir los temas de seguridad publica a profundidad desde los gobiernos de esa falsa izquierda partidista, aun cuando seria desde ahí que se hubiera esperado esa intención. Los hitos históricos en esa área muestran en realidad a mafias políticas replicando practicas históricas de brutalidad y corrupción. Tres puntos álgidos en esa historia son la contratación de un fanático de la represión; Rudolph Giuliani quien fungió como asesor anti crimen en el DF cuando en 2002 gobernaba AMLO. Luego la propia masacre de Iguala ordenada por un narcotraficante reciclado como político por el PRD y sus partidos anexos y finalmente la creciente violencia de parte de las policías de estados gobernados por esa “izquierda” hacia las manifestaciones no con la intención de detener la violencia o a los involucrados en ella, sino de aterrorizar a la sociedad. A estas alturas el que alguien siga considerando a esa colección de partidos como izquierda seria un acto de ingenuidad o fanatismo enfermizo. En realidad esos partidos son instituciones que administran la complicidad criminal.

Street fighters

Por parte de los grupos que desde la sociedad participan en las manifestaciones con el afán de confrontarse con la policía; han demostrado que parten de supuestos mas ingenuos pero igualmente cuestionables. En principio asumen que la multitud que acude a una marcha debe aceptar sus acciones o de lo contrario les esta “traicionando”. También parecen esperar que no tengan consecuencias de sus acciones o por lo menos que estas sean de solo las consecuencias propagandísticas que vuelvan viral su ideología. Sin embargo siguen siendo los mismos grupos reducidos de origen universitario que han sido desde hace años. Grupos que por cierto suponen una excepcionalidad moral donde todas sus acciones son validas y efectivas, algo que al final le cuesta a la sociedad en detenciones y a ellos en credibilidad.

Un hecho es que las confrontaciones con la policía si implican a actores que voluntariamente se organizan y se preparan para ello. Los infiltrados o provocadores son cuando mucho una herramienta para exacerbar los ánimos de quienes previamente se prepararon para la violencia. Y aun cuando la violencia en las manifestaciones sea por una honesta convicción política; en los hechos no hacen mas que magnificar los alcances de una manifestación a limites fuera de la realidad.

Los mitos de la sociedad movilizada.

Pero no solo en las manifestaciones sino en otras expresiones políticas se suponen alcances mas grandes de los que el nivel de organización que poseen puede lograr. Hay una mítica muy potente en cuanto a la mascara como elemento de clandestinidad que no pasa de un simulacro dado que el resto de su vida sucede en la esfera publica y no tienen intención de abandonarla para tomar caminos de clandestinidad efectivos. Ademas hacer esta critica no parte de un sesgo contra alguna teoría política, en los hechos todas las teorías políticas de izquierda han tenido episodios donde promueven acciones exageradas en su argumentación o su alcance. Cada año se lanzan consignas huecas que llaman a paros nacionales, huelgas generales y otras iniciativas irreales que parten de criterios paranoicos. No faltan tampoco los llamados burdos a alzamientos o insurrecciones armadas sin en el menor criterio de realidad.

Caen en la épica ilusoria donde se construyen que hay una guerra definitiva en curso o en las intoxicaciones informáticas donde asumen que toda la información que reciben les señala su éxito.
Y si las demás quimeras fallan queda el mito del estallido social, usado como chantaje social. Las quimeras que pueden representar la sensación de clandestinidad, las imaginarias señales de éxito y la convicción de fe en un argumento indeterminado. No son las únicas formas en que se puede pretender influir de manera global en la sociedad.

Hay un recurso mítico que es tan ambiguo que lo mismo puede venir de las organizaciones sociales o de los partidos en el poder. El -estallido social-. No es que las sociedades no puedan tener episodios de hartazgo que sucedan de manera casi espontanea. Pero el usar el estallido social como argumento de meta o de chantaje es suponer que quien lo dice tiene control sobre la sociedad como para ordenar o prever un evento de esa magnitud. Puede esgrimirse desde la derecha para argumentar un aumento en la opresión. Desde los gremios corruptos como chantaje presupuestal. Desde la izquierda cuando exagera su presencia en la sociedad. Desde la falsa izquierda partidista al argumentar por que es necesaria. O desde la intelectualidad mediocre para construirse sueños de opio sobre el futuro. En el fondo sin importar de donde venga este tipo de pensamiento parte de criterios fundamentalmente autoritarios. Pretende hacer política desde la convicción de que todos los no iniciados en el discurso propio son por lo menos irrelevantes o simplemente ciegos a la catástrofe inminente. Hay mucho de apocalíptico en este mito.










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